jueves, 15 de octubre de 2009

Sobre árboles, celtas y navidades



Es cierto que me hizo falta hablar un poco sobre los arbolitos navideños, aunque tampoco hablé de la creación de Santa Claus (San Nikolas para algunos); pero como acabo de leer una noticia relacionada con esto de los árboles y las locuras del pueblo por ellos, les comentaré unas pequeñas cositas al respecto.

Se dice en La Rama Dorada que la fascinación por los árboles es antiquísima en los pueblos arios (no es de extrañar que muchas de las cosas provengan de este antiguo continente, me refiero al europeo y más específicamente a los pueblos ario-germánicos), ya que estos sitios eran vastos bosques que proveían aparte de cobijo y recursos, de grandes mitos y leyendas. Se cuenta que los germanos podían caminar durante meses sin alcanzar el otro lado de estas selvas (del latín silva, recordemos la antigua leyenda del vampiro de Transilvania= Trans-Al otro lado. Silva-Bosque. Lo que nos aclara que al otro lado del bosque las leyendas son oscuras).

En un recorrido por las tradiciones mágicas y religiosas, podemos ver que según nos cuenta Grimm que para los más antiguos germanos, los templos de adoración fueran los propios bosques naturales.

Se cuenta también que eran tan adorados los bosques y los arboles, que si alguien se atrevía a descortezar (quitar o dañar la corteza de cualquier árbol) un árbol vivo, el culpable sufriría este castigo: Se le cortaba el ombligo y lo clavaban a la parte dañada del árbol, luego al culpable se le hacía dar vueltas alrededor del árbol, de tal forma que sus intestinos rodearan y cubrieran al árbol dañado. Para restablecer la parte cercenada del árbol con un sustituto vivo y así devolverle la vitalidad al árbol. Esta era la ley germánica.

Los lituanos reverenciaban robles o pequeños bosquecillos cercanos a sus hogares, considerando como pecado el romper una sola rama.

En la isla griega Cos, el cortar un ciprés era castigado con una multa de 1 millar de dracmas (monedas con un peso de 4,30 gramos de plata, lo que sería en total unos 4300 kilos de plata).


Y dentro de la urbe romana, se le rendía un culto superior a la higuera de Rómulo (fundador de Roma, no lo olviden) y cuando esta se secó, todo el imperio se sintió tremendamente consternado. Al igual que el cornejo nacido en las faldas del Monte Palatino (recordemos, el monte Palatino es uno de los siete montes donde se fundó Roma), si un ciudadano caminando por ese sitio notaba que al cornejo le faltaba agua, daba gritos de alarma y de todos lados salían ciudadanos con cubos de agua, como si a un incendio fueran.

En la parte norte de América, los indios hidatsa solo podían usar arboles mayores (de gran tamaño), cuando hubieran caído de forma natural.

Los Wonika en el África Oriental consideraban que el cortar un cocotero era lo mismo que un matricidio pues, este árbol les daba vida con sus frutos.

Aunque claro, no siempre se le ha respetado de tal forma y por ejemplo en las Indias Orientales, si el durio: (sí, ese que odia Andrew Zimmern) árbol altísimo y sin ramas, más que en la punta, y de fruto de extraña dulzura y nauseabundo olor, que si no da frutos, el hechicero de la aldea tiene que hacer un ritual curioso; pues, acercándose él por el frente del durio y otro hombre trepando a un árbol cercano al durio. El hechicero le da algunos golpes exactos al árbol estéril y le dice: ¿Nos darás frutos ahora o no? Si no lo haces, te derribaré. A lo que el hombre que escaló en el otro árbol contesta por el durio: Sí, ahora daré frutos; le ruego que no me derribe.


Y así hay tantos antecedentes del honor hacia los arboles que no sería conveniente narrar todos, aunque faltarán muy interesantes e incluso divertidos; como el del casamiento de árboles frutales con otros (de otra especie) para que den mayor beneficio a su dueño, ya que felices los árboles dan más y mejores frutos.

O los demonios residentes en las ramas de algunos árboles que si son talados, pueden vagar libremente causando estragos. Esta última contraponiéndose con la leyenda que cuenta que para cortar el árbol donde habita un espíritu, se le ofrece una nueva morada, casas diminutas con ropa y oro o pequeñas ofrendas; y para que pueda bajar se coloca una escalera junto al árbol para que baje sin hacerse daño y así habitar la nueva casa.

Llegamos casi a lo que nos interesa, pues en la India Septentrional se toma un árbol Phyllanthus emblica (Amalaki), siendo el día 11 de febrero (11 de Falgum para ellos), y se derraman libación en sus raíces, atan a su tronco cuerdas rojas o amarillas y rezan para obtener fertilidad en las mujeres, animales y cosechas.

Así también los germanos tenían esta creencia, pues ponían el 1 de mayo un “ramo mayo” o “un palo mayo” frente a sus establos para que las vacas dieran mas leche.

Algunos pueblos eslavos, ponían en el centro de la aldea, el 2 de julio, un gran roble con un gallo de hierro en lo alto y danzando alrededor del tronco y haciendo recorrer al ganado en torno suyo, podían prosperar.

Así como los circasianos (pueblos rusos), toman al peral como protector de los rebaños; así que cortando un peral joven, le quitan las ramas y lo llevan a su casa, donde lo adoran como a una deidad. Se cuenta que en casi todas las casas hay uno de estos perales. En otoño, el día de la fiesta, el árbol es conducido a la casa con gran ceremonia y música y gritos felicitando al árbol por su llegada. Lo cubren de velas encendidas y en la parte más alta colocan un queso, alrededor del árbol comen, beben y cantan. Al final de la fiesta, le dan las buenas noches y lo ponen en el patio o en el corral, donde recargado al muro, reposa todo el año, sin recibir ninguna otra muestra de respeto.

Más o menos lo que les pasa a nuestros pinos después de las festividades.

Ahora ya teniendo un montón de antecedentes de arboles sagrados y la forma de adorarlos, veamos lo que se dice en específico sobre los árboles de navidad.
En algunos casos, se alude a la leyenda germana de que el árbol sostenía al mundo y que en sus ramas colgaban las estrellas, la luna y el sol.

Otros siguen con la pauta de los germanos, pues dicen que para festejar el nacimiento del dios Frey (dios del sol y la fertilidad), adornaban un árbol en una fecha cercana a la navidad cristiana, y al ser estos pueblos evangelizados, solo cambiaron el significado de la fiesta, pues como se sabe bien, eliminar de “raíz” una creencia tan arraigada, es imposible. Por tanto los evangelizadores comenzaron a celebrar el nacimiento de Cristo en su lugar.

Siendo San Bonifacio el encargado de cambiar esta celebración, cortando el árbol que representaba el universo de los germanos (o el Yggdrasil), y cambiándolo por un pino, símbolo de Cristo por ser siempre verde; adornándolo después con manzanas y velas. Siendo significado de la luz de Jesucristo (las velas) y los pecados y tentaciones (las manzanas). Lo de los regalos vino después, con los reyes magos, santa Claus, etc.

Y es curioso, el primer árbol de navidad fue en la Alemania de 1600. Luego en Finlandia (1800) y después en Inglaterra (1829). Llegando a España en 1870, de ahí viene a México, siendo ya una tradición casi completa.

Ah y si tenían dudas de que noticia leí sobre los árboles de navidad…

Es que en México (si, el país en el que me alojo), esperan romper el record brasileño sobre el árbol más alto, cerca de 110 metros de altura. Algo que si logra México; el árbol deberá medir más de la mitad del largo del propio zócalo de la ciudad de México (que mide 220 por 240 metros).

Algo masivo y perfecto para estos tiempos cuando las compañías tienen que desaparecer por falta de dinero y la crisis esta a todo lo que da. Pero bueno, ya decían los romanos: Pan y circo (Panem et circenses), aunque últimamente solo circo dan.

Pero no nos amarguemos con esto, y mejor adoremos a los árboles, que ellos se lo merecen y nosotros ¿No queremos enojar a los dioses o si?.



Caza
Yo por eso tengo plantitas, no vaya a ser la de malas...

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